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Los 40 y tantos golpes

Tengo una hipoteca: soy un millonario que no lo sabe

La relación del individuo con la vivienda es igual de fascinante que la que se tiene con el sexo o con el dinero. Tres elementos de deseo, nacidos ficción pero convertidos en realidad y que son instrumentos de poder

Manifestación por la vivienda de hace una semana, en Madrid.
JAVIER BARBANCHO
PREMIUM
Actualizado

La relación del individuo con la vivienda es igual de fascinante que la que se tiene con el sexo o con el dinero. Tres elementos de deseo, nacidos ficción pero convertidos en realidad que son instrumentos de poder. La gente está cabreada porque comprar o alquilar un piso en una ciudad española es un infierno. Mientras tanto, los políticos juegan a sentirse escandalizados, casi sorprendidos, por una problemática que se cuece ya desde hace demasiados años.

Mi relación con la vivienda ha sido intensa. Mi madre logró ser propietaria de una casa a los 50 años y terminó de pagarla a los 65, tras una larga experiencia de arrendataria angustiada por los precios. Viví de alquiler desde los 24 y mis apuros económicos iniciales pudieron suturarse gracias a la generosidad de una casera que nunca quiso guiarse por la codicia del mercado y prefirió la tranquilidad de un inquilino que no daba ni un problema. Cumplidos los 40, en marzo de 2020 me casé con un banco hasta 2050 -año en el que habrá coches voladores y fusión nuclear- . Al salir del notario, este comprador y la vendedora hablábamos de lo que estaba pasado en Italia con el Covid. Una semana después estábamos todos encerrados. Entonces pensé que lo lógico era que el mercado se hundiera, mi piso recién comprado se devaluara y yo fuera arrastrado por una deuda que no se pagaría en cien representaciones de El mercader de Venecia.

Resulta que sucedió lo contrario.

Ahora te dicen que eres un millonario que no lo sabe, el dueño de un activo que vale un 20% más y que el interés fijo de tu hipoteca lo pillaste muy bajo. Vamos, que eres un fenómeno, un águila. Lo cachondo es que uno no va a especular con un inmueble en el que vive y carece de cualquier mérito en su revaloración.

Mis comienzos en este oficio también son inmobiliarios. Mi primer trabajo en este periódico consistió en hacer con dos compañeras el Anuario de Vivienda -eran tiempos de la burbuja de los primeros 2000- y mi conocimiento del mercado era el de alguien que creía que la VPO era un grupo terrorista. Recuerdo que había que pedir artículos de opinión a consultores y promotores notables. A mí como eso me parecía muy aburrido -y era joven y atrevido- se me ocurrió otra idea, acorde, creía, con unos tiempos locos en los que todo el mundo se endeudaba y los pisos se construían y dopaban sin rubor. Le propuse a Antonio Maeso, redactor jefe de la sección inmobiliaria, que se llamaba Su Vivienda, pedir un artículo de opinión a Rafael Azcona, que había sido guionista de El pisito, la película de Marco Ferreri sobre la falta de medios para comprar casa. El jefe, ojiplático, me echó de su despacho y pensé que iba a despedirme. Una hora después, me llamó: «Me parece un disparate, pero tiene gracia... Inténtalo».

Así que llamé a Azcona, que estaba en un tren e iba un poco bebido. Asombrado por la petición, me dijo que él no podía escribir de eso, que no tenía ni idea, ni talento para hacerlo. «Pero don Rafael, cómo que no tiene talento si es el mejor escritor de este país...». Cordial, regateó mis ruegos durante unos minutos y no pude convencerle.

Al final, a mí no me despidieron. Llevo ya aquí 20 años. Me acuerdo con cariño de Azcona, al que nunca pude entrevistar, más incluso que viendo sus películas, cuando cada día 5 me toca pagar la letra de la hipoteca. De vivir, le habría nombrado ministro de Vivienda.